miércoles, 15 de diciembre de 2010

DOS CUENTOS DE TOLSTOI

 Por varios motivos no podemos dejar que termine el año 2010 sin recordar que en el mes de noviembre de este año se cumplió el centenario de la muerte del gran escritor ruso León Tolstoi. En primer lugar, porque su figura como escritor se agiganta de día en día: Tolstoi es uno de los cinco o seis grandes genios de la literatura. En segundo lugar porque Tolstoi fue un ser humano con letras mayúsculas, con sus defectos y con sus virtudes, lleno de contradicciones pero siempre animado y dispuesto a mejorar como persona y siempre dispuesto a mejorar la vida de los demás. Y en tercer lugar, porque los maestros tenemos en él un espejo en el que mirarnos.
Tolstoi, en la inauguración de la biblioteca de Yásnaia Poliana
Decidido a mejorar las condiciones de vida de los campesinos que tenía como siervos en su finca de Iásnaia Poliana, organizó una escuela que alfabetizó tanto a niños como a adultos. Su pedagogía antiautoritaria era heredera de las innovadoras ideas pedagógicas de Froebel y de su concepto de resolución de los conflictos por métodos no violentos. Froebel a quien visitó, le enseñó a rechazar el autoritarismo, a buscar la colaboración de la familia y a integrar la enseñanza en los juegos y en la naturaleza. El ideal de escuela de Tolstoi era una escuela de alegría y libertad, contrario a toda idea de encierro y de castigo e integrado en la vida del campo. Y para enseñar a leer y a escribir escribió decenas de cuentos que siempre tenían un propósito educativo.
Como ejemplo, estos dos magníficos cuentos, que resaltan algunas de las ideas fundamentales del viejo León.

En la ribera del Oka

En la ribera del Oka vi vían numerosos campesinos; la tierra no era fértil, pero, labrada con tesón, producía lo necesario para vivir con holgura y aun para guardar algo de reserva.

Iván, uno de los labradores, estuvo una vez en la feria de Tula y compró una hermosísima pareja de perros sabuesos para que cuidaran su casa. Los animalitos, al poco tiempo, se hicieron conocidos en todos los campos de la vega del Oka por sus continuas correrías en las que ocasionaban destrozos en los sembrados, y las ovejas y los terneros no solían quedar bien parados. Nicolás, vecino de Iván, en la primera feria de Tula compró otra pareja de perros para que le defendieran su casa, sus campos y sus tierras.

Pero, a la vez que cada campesino -para estar mejor defendido - aumentaba el número de perros, éstos se hacían más exigentes. Ya no se contentaban con los huesos y demás sobras de la casa, sino que había que reservarles los mejores trozos de las matanzas y hubo que construirles recintos cubiertos y dedicar más tiempo a su cuidado.

Al principio, los nuevos guardianes riñeron con los antiguos, pero pronto se hicieron amigos y los cuatro hicieron juntos las correrías. Los otros vecinos, cuando vieron aumentar el peligro, se proporcionaron también sabuesos y así, al cabo de pocos años, cada labrador era dueño de una jauría de 10 o 15 perros. Apenas oscurecía, al más leve ruido, los sabuesos corrían furiosos y con estrépito tal que parecía que un ejército de bandidos fuera a asaltar la casa. Los amos, asustados, atrancaban bien sus puertas y decían:

- "Dios mío, qué sería de nosotros sin esos valientes sabuesos que abnegadamente defienden nuestras casas".

Entre tanto, la miseria se había asentado en la aldea; los niños, cubiertos de harapos, palidecían de frío y de hambre, y los hombres, por más que trabajaban de la mañana a la noche, no conseguían arrancar del suelo el sustento necesario para su familia. Un día se quejaban de su suerte ante el hombre más viejo y sabio del lugar y, como culpaban de ella al cielo, el anciano les dijo:

- "La culpa la tenéis vosotros: os lamentáis de que en vuestra casa falta el pan para vuestros hijos que languidecen delgados y descoloridos, y veo que todos mantenéis docenas de perros gordos y lustrosos".

- "Son los defensores de nuestros hogares" -exclamaron los labradores-.

- "¿Los defensores? ¿De quién os defienden?"

- "Señor, si no fuera por ellos, los perros extraños acabarían con nuestros ganados y hasta con nosotros mismos".

- "¡Ciegos, ciegos! -dijo el anciano-. ¿No comprendéis que los perros os defienden a cada uno de vosotros de los perros de los demás, y que si nadie tuviera perros, no necesitaríais defensores que se comen todo el pan que debiera alimentar a vuestros hijos? Suprimid los sabuesos y la paz y la abundancia volverán a vuestros hogares".

Y, siguiendo el consejo del anciano se deshicieron de sus defensores y, un año más tarde, sus graneros y despensas no bastaban para contener las provisiones y en el rostro de sus hijos sonreía a la salud y la prosperidad.



El tesoro del campesino

Había una vez un campesino, amante de la tierra y de su trabajo.

Ya era anciano. No era rico, pero trabajando duro había logrado comprar una hermosa viña que le proporcionaba lo suficiente para vivir holgadamente con su familia.

Con mucho esfuerzo había criado tres hijos sanos y robustos. Pero precisamente aquí estaba su tormento: los tres muchachos no mostraban, de ningún modo, compartir la pasión del padre por el trabajo del campo.

Un día el campesino sintió que estaba por llegar su última hora. Por lo tanto, llamó a sus muchachos y les dijo: "Hijos, debo revelaros un secreto: en la viña está escondido un tesoro que bastará para que viváis felices y tranquilos cuando yo haya muerto. Buscad este tesoro, y divididlo entre vosotros como buenos hermanos".

Dicho esto, expiró.

Al día siguientes los tres hijos bajaron a la viña con azadones, palas y rastrillos, y empezaron a remover profundamente la tierra. Buscaron por días y días, porque la viña era grande y no se sabía dónde el padre habría escondido el tesoro del que les había hablado.

Al final, se dieron cuenta de haber labrado toda la tierra, sin haber encontrado algún tesoro. Quedaron muy desilusionados.

Sin embargo, después de algún tiempo, comprendieron el significado, de las palabras del padre: de hecho aquel año la viña dio una cantidad enorme de espléndidas uvas, porque había estado bien cuidada y trabajada. Vendieron la uva y obtuvieron muchos rublos de oro, que después dividieron fraternalmente, según la recomendación del padre.

Y desde aquel día comprendieron que el más grande tesoro para la persona es el fruto de su trabajo.

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