“Un rasgo generoso” no es un cuento, sino el fragmento de una novela titulada “Corazón” y escrita por Edmundo de Amicis, un autor italiano que vivió entre 1846 y 1908.
La novela está escrita en forma de diario. Enrico, un niño de doce años, narra la historia de una clase de alumnos de un colegio de Turín. Contando su historia personal y la de la gente que vive a su alrededor, Enrico nos acompaña a través de los distintos momentos de un año escolar y nos muestra la vida de su país, Italia.Cuando entré en la clase, el maestro no había llegado todavía y tres o cuatro chicos atormentaban al pobre Crossi, el pelirrojo que tiene un brazo muerto y cuya madre vende verduras. Lo pinchaban con las reglas, le tiraban a la cara cáscaras de castañas, y lo motejaban de tullido y de monstruo, imitándolo, con su brazo en cabestrillo. Y él, solito al fondo del pupitre, descolorido, los oía, mirando ora a uno ora a otro con ojos suplicantes, para que lo dejasen en paz. Pero los otros se chanceaban cada vez más, y él empezó a temblar y a ponerse rojo de rabia. De pronto Franti, ese malencarado, se subió a un pupitre y, fingiendo llevar dos cestas en los brazos, remedó a la madre de Crossi cuando venía a esperar a su hijo a la puerta, porque ahora está enferma. Muchos se echaron a reír a carcajadas. Entonces Crossi perdió la cabeza y, agarrando un tintero, se lo arrojó a la cara con todas sus fuerzas; pero Franti hizo un quiebro, y el tintero fue a darle en el pecho al maestro, que entraba.
Todos escaparon a su sitio, y callaron atemorizados.
El maestro, pálido, subió a la tarima y, con voz alterada, preguntó:
— ¿Quién ha sido?
Nadie respondió.
El maestro gritó otra vez, alzando aún más la voz:
— ¿Quién?
Entonces Garrone, movido por la compasión del pobre Crossi, se levantó de golpe y dijo resueltamente:
— ¡Yo!
El maestro lo miró, miró a los alumnos asombrados; después dijo con voz tranquila:
—No has sido tú.
Y, al cabo de un momento:
—El culpable no será castigado. ¡Que se levante! Crossi se levantó, y dijo llorando:
— Me pegaban y me insultaban, perdí la cabeza, tiré...
—Siéntate —dijo el maestro—. Que se levanten los que lo han provocado.
Se levantaron cuatro, la cabeza gacha.
—Vosotros —dijo el maestro— habéis insultado a un compañero que no os provocaba, habéis escarnecido a un desgraciado y golpeado a un débil que no se puede defender. Habéis cometido una de las acciones más bajas, más vergonzosas, con las que se puede manchar una criatura humana. ¡Cobardes!
Dicho esto, bajó entre los pupitres, puso una mano bajo la barbilla de Garrone, que estaba con la vista en el suelo, y levantándole la cabeza lo miró a los ojos y le dijo:
— ¡Tienes un alma noble!
Garrone, aprovechando la ocasión, murmuró no sé qué palabras al oído del maestro; y éste, volviéndose hacia los cuatro culpables, dijo bruscamente:
— Os perdono.